Ya está el incienso en navetas; los incensarios lo aguardan para encenderlo contigo y prenderlo con tus ganas de, atravesando la bulla de su niebla, encontrarte de frente con la turbadora estampa de un Amor supremo que nos grita con tan solo una mirada: "No importa el cansancio ni el dolor de la caída; mientras así nos lo manden, hay que volver a levantarse".
Casi es la hora. No hay quien detenga el reloj. A lo lejos, se impacientan los balbucientes tambores. Un quejido anticipado se escapa de alguna garganta y delata a las saetas, silenciadas en profundos recovecos, esperando la herida definitiva que las libere; por qué en esta ciudad habrá entrañas destinadas a rasgarse eternamente sin piedad de cicatrices…
Ya están puestas nuestras almas para buscar en las calles -que tantos siglos se callan- esa luz que, tras de sí, traerá el cortejo de los días que forman esa Semana por la que todas las demás existen.
Pasados los días, cuajadas las noches, cerrados los cielos de marzo… Ya no queda tiempo para seguir esperando. ¡Sevillanos, a la calle! Que rompe el alba el horizonte con su blancura de plata. Ahora sí. No hay más guía que esa luz que contagia a la mañana, porque hasta el cielo querrá colarse en su palio para mirarla a la cara y leer de cerca sus labios susurrando: “No te vayas que, aun viniendo tras de mí Salud, Caridad, Esperanza…, también vendrán Soledad, Angustias, Tristezas, Lágrimas… y, ante ellas, yo no quiero que falte Paz en tu alma”.
Ya está aquí para guiarnos la primera que nos hiere pues, junto a su anunciada calma, nos trae también la batalla de emociones que se agolpan en el pecho, rivalidad de recuerdos coleccionados que nos lastiman un año más por conmovernos. Vuelve el albor a sacudir los cinco sentidos: hasta tacto tendrá la pureza de esta Madre, el mismo que la mano infantil que se aferra a la nuestra en su primera Semana Santa. Ya está en marcha lo que tanto esperábamos; cuando aún no se nos ocurre acordarnos del final, viene Ella con su mirada repleta de amaneceres que no quieren atardecer.
Se acabó la espera. Despierta, Sevilla niña, que ya es Domingo de Ramos. No hay tiempo para más sueños, ni recuerdos, ni nostalgias. El plazo se ha consumado. Que lo grite la Giralda: ¡Porvenir, abre la puerta que la Paz está alumbrando! Ya en la calle hay una Luz que está tendiendo la mano...
2 comentarios:
Querida Romaní, y al final siempre tendremos la Aurora.
Un saludo.
Pues sí, esperemos que esta semana tan nublada y oscura pueda al menos cerrarse con una Aurora resplandeciente.
Un saludo.
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